Homenajeando a mi santo (que Dios me lo bendiga siempre), yo en mi trabajo estoy deslomadita. Creo que no he trabajado tanto en mi vida como ahora. Y no ya porque el trabajo, al ser físico, requiera más esfuerzo que el que requiere estar sentado en una oficina ocho horas al días, sino porque la concentración física y mental que hay que tener las horas en las que me toca trabajar es tan brutal, que a veces al salir por la puerta me estalla la cabeza. Cada segundo del minutero hay que estar trabajando, nada de rascarse la cabeza o atarse el cordón del zapato, no hay tiempo para ello. En serio. Cada segundo, cada minuto. Ninguno de los jefes te pueden ver más de un segundo sin hacer ninguna tarea física. Tomar nota del pedido, recoger las tazas de café, secar vasos, colocar cubiertos, llevar bebidas al cliente, trasladar platos de la cocina a las estanterías, barrer el suelo, fregar, limpiar el baño, hacer cafés, calentar en el microondas el potito para un bebé o la tarta de manzana. ¿Once tareas solamente? No, hay miles más, pero no vamos a aburrir con descripciones. Bueno, cuento la tarea más heavy: llevar un par de cubitos de hielo a una señora y echárserlos a su copa de vino blanco. Eso sin mencionar que hay que lidiar con los clientes en el idioma de Shakespeare. Dice mi santo que si este trabajo no me mata, me hará más fuerte. ¿Fuerte? Desde luego, en diez meses en la crepería esos muslos de pollo se han convertido en muslos de acero y aunque parezca increíble he crecido algún centímetro de altura (vale, también en anchura) quizá fruto de estar tantas horas de pie. Con un poco de suerte, en mi siguiente trabajo cambie los platos por las pasarelas, lo digo por eso de irse estirando…
¿Foto?: Una mula joroña que joroña
2 comentarios:
Nunca vi a un ser humano trabajar tanto, con razon te dijeron lo que te dijeron. Eres una crack, mi Loidita.
Olé mi niña!!! Lo de crecer es en serio, me sacas unos centímetros!
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